The capriciousness of Nature

Fei Fei Sun fotografiada per Hedi Slimane (Vogue China, February 2012).


«Llegados a este punto, lector, te ruego nos perdones por detenernos un momento a lamentarnos de la arbitrariedad de la naturaleza al formar a esa encantadora parte de la creación concebida para completar la felicidad del hombre: para aplacar la furia de éste con su delicada inocencia, aliviar sus preocupaciones con su alegría y librarlo de todos los problemas y contrariedades que le puedan acaecer con su constante amistad. Teniendo en cuenta que todo esto es una verdad universal, y que ésa es la bendición que principalmente se busca y normalmente se encuentra en una esposa, ¿cómo no lamentarnos de que en esas encantadoras criaturas exista una predisposición que las hace preferir a aquellos individuos del otro sexo que no parecen haber sido concebidos por la madre naturaleza para que sean su obra maestra? En efecto, no cabe duda de que, por muy útiles que puedan resultar en el mundo (ya que, como se nos ha enseñado, no hay nada en él, ni siquiera un piojo, que haya sido creado en vano), sin embargo, estos galanes no son, como algunos creen, la obra mas noble de nuestro creador, ni siquiera ese grupo tan imponente y venerado que, en esta isla nuestra, a la madre naturaleza le encanta destacar vestidos de rojos. Por mi parte, que cualquiera elija dos galanes, ya sean capitanes o coroneles además de los hombres más elegantes que jamas haya existido, como ejemplos de grandes hombres, que yo siempre pondré a un sir Isaac Newton, o a un Shakespeare, o a un Milton, o quizá a unos pocos más, por encima de los dos; e incluso me atrevo a pensar que habría sido mucho mejor para el mundo en general que ningún galan hubiera llegada a nacer antes que carecer de los beneficios resultantes de la obra de cualquiera de esas personas.»


Henry Fielding (1707-1754), Jonathan Wild (1743). Edición y traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez. Madrid, Cátedra, 2004, pp. 122-123. (Libro primero, capítulo X)


«Here, reader, thou must pardon us if we stop a while to lament the capriciousness of Nature in forming this charming part of the creation designed to complete the happiness of man; with their soft innocence to allay his ferocity, with their sprightliness to soothe his cares, and with their constant friendship to relieve all the troubles and disappointments which can happen to him. Seeing then that these are the blessings chiefly sought after and generally found in every wife, how must we lament that disposition in these lovely creatures which leads them to prefer in their favour those individuals of the other sex who do not seem intended by nature as so great a masterpiece! For surely, however useful they may be in the creation, as we are taught that nothing, not even a louse, is made in vain, yet these beaus, even that most splendid and honoured part which in this our island nature loves to distinguish in red, are not, as some think, the noblest work of the Creator. For my own part, let any man chuse to himself two beaus, let them be captains or colonels, as well-dressed men as ever lived, I would venture to oppose a single Sir Isaac Newton, a Shakespear, a Milton, or perhaps some few others, to both these beaus; nay, and I very much doubt whether it had not been better for the world in general that neither of these beaus had ever been born than that it should have wanted the benefit arising to it from the labour of any one of those persons.»